Ya está bien de cuentos: las tribulaciones de la pobre persona orquesta

Érase una vez, en un país muy, muy lejano, existía un hermoso castillo llamado Departamento de Marketing. Ahí, el Director de Marketing-rey trabajaba mano a mano junto a sus caballeros de la mesa redonda (estadísticamente, amazonas, más bien: poco hombre había en el castillo), con quienes se reunía una vez a la semana para gobernar el reino.

Cada uno de los miembros del consejo había sido elegido en justa lid por sus cualidades sin par. Estaba el brujo de inteligencia de mercado, el más viajado del país. No había rincón del reino que no conociera, costumbre que no pudiera trazar hasta una de las muchas tribus que existían en los confines de los bosques más alejados del castillo. La hechicera especializada en benchmarking, cuya capacidad de hacerse invisible y adoptar la forma que deseaba ver su interlocutor le permitía colarse en cualquier rincón para anticiparse siempre a los posibles movimientos de los reinos vecinos que podían querer amenazar la paz del reino. El equipo de alquimistas responsables de productos aprovechaba todos los conocimientos que el brujo y la hechicera les daban para desarrollar las sustancias más mágicas y deseables para todos los habitantes del reino. Los bardos, especialistas en comunicación, discutían durante días por la palabra más adecuada para definir a la Reina Marca, y competían entre ellos por el mejor eslógan para el reino.

A estas competiciones asistían también habitantes de las aldeas colindantes, las irredentas Agencias, que disponían de talentos únicos y tradiciones propias, como empezar a trabajar a las 11 de la mañana y terminar a las 11 de la noche, alimentándose sobre todo de comida precocinada y bebidas fermentadas, o su curiosa estructura social. Ellos obedecían al visir Director Creativo, que tenía la capacidad de conversar con las musas para que ellas le prestasen las mejores de sus ideas. Pero estas llegaban a sus Agencias sin pulir, de forma que los artesanos, Directores de Arte y Copys, trabajaban sin descanso para darles su forma definitiva. Entonces, los valientes emisarios de Cuentas cargaban sus monturas-taxi y se desplazaban a los castillos, donde se abrían los puentes y comenzaban largas conversaciones sobre la idoneidad de estas ideas para las necesidades de la Reina Marca. Sólo las mejores ideas llegarían a sus oídos, y sólo una sería la encargada de representarla. Los pícaros planners, que conocían todos los caminos y atajos de los intrincados bosques que rodeaban el castillo y por donde hacían sus vidas los distintos súbditos de la Reina Marca, eran los encargados de elegir los vehículos más veloces, los más resistentes, los más versátiles, para difundir la voz de la Reina Marca y sostener el amor de estos a su soberana.

Pero un día, los Villanos Mercados, cansados de esta prosperidad, empezaron a verter veneno en los ríos, a deshacer los caminos, a bombardear los castillos. Muchos de estos se derrumbaron en estos ataques, y las cortes de las Marcas se instalaron en pequeñas casas señoriales, con las maletas siempre a punto, listos para volver a mudarse en caso de amenaza. Y en aquellas casas no cabía casi nadie, así que brujos, hechiceras, alquimistas y bardos vagaron pidiendo asilo entre los pueblos bárbaros y finalmente marcharon a otros reinos lejanos. Y es que entre los bárbaros tampoco las cosas estaban tranquilas. Algunos de estos pueblos se unieron para enfrentar la amenaza de los Mercados. Otros perecieron. Otros se adaptaron a ellos y se rindieron a sus exigencias. Y así aparecieron nuevas formas de servir a las marcas sin enfadar a los Villanos: los especialistas en Marketing Online.

Imagen de Hotblack via MorgueFile

Estos pequeños mercaderes estaban acostumbrados a moverse en sus carromatos y su curiosidad les hizo prever los movimientos de los Mercados. Y escucharon a los brujos, hechiceras, alquimistas y bardos; pero también a visires, artesanos y pícaros. Y escucharon a los aldeanos, y no sólo a los soberanos. Y encontraron nuevos atajos y gritaron por ellos que todo sería mejor si las Reinas Marcas escucharan. Y algunas escucharon, y despidieron a su corte y sentaron a su derecha a los mercaderes, y estos sonrieron porque pensaban que iban a poder juntos a los Mercados.

Pero las Reinas Marcas no habían entendido nada. Y pidieron a los Mercaderes que sustituyeran a toda la corte. Y los mercaderes mejoraron sus carromatos y pidieron ayuda a bardos y artesanos y leyeron todos los libros de hechicería y tomaron cinceles en sus manos y no pararon de aprender, sí. Pero los Mercaderes eran uno solo para cada Reina Marca, y estaban cansados.

Y las Reinas Marcas invitaron a sus festines a los Villanos y estos siguieron su cruzada maligna envenenando sus sueños, y estas despertaron queriendo aún más: y entonces decidieron que si un Mercader había podido sustituir a toda la corte, también un solo mercader podría suplir a todos sus mercaderes; y les exiliaron a los poblados bárbaros, y para sobrevivir debieron turnarse, corte a corte, hora a hora, reina a reina.

Los aldeanos, ocupados en recuperar sus tierras y ríos, su flora y su fauna, para poder volver a comer y beber, y en reconstruir sus caminos y sus casas, no tenían ganas de oír hablar de reyes ni reinas. Y los Mercaderes tenían cada vez menos tiempo para escuchar lo que necesitaban, y les mandaban mensajes cada vez más confusos, porque estaban cansados y mezclaban los planes de unas Reinas y otras. Y la sabiduría de los cortesanos se fue perdiendo, y las Reinas, indignadas, gritaban constantemente que el trabajo de los Mercaderes no era suficientemente bueno.

Mientras tanto, los Villanos reían en sus mesas, las únicas que aún estaban bien cargadas, preguntándose cómo era posible que nadie recordara que antes de su maldición, nadie trabajaba solo…

[Photo credit imagen cabecera: Jamierodriguez37 via Morguefile]

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