Desde que devoré la primera temporada de The Bear hasta ahora, he leído con frecuencia críticas a cómo la serie fomenta el credo neoliberal de la meritocracia y la obsesión con el trabajo.
Me resulta un poco extraño porque si esta se ha convertido en mi serie favorita es justamente porque mi lectura es la opuesta. Hablándolo con un amigo, me planteaba hasta qué punto yo he visto la serie que han hecho o la que yo hubiese querido hacer.
Esa conversación me pilló con la temporada 2 a medias y esperaba que esta, como venía viendo en otras personas, me decepcionara profundamente. Y, sin embargo, la segunda temporada no ha hecho sino reafirmarme en mi interpretación.
Igual es ingenua, igual es opuesta a la intención del equipo creador, pero no quería dejar de compartirla porque, francamente, el mensaje que yo he recibido me parece necesario en los tiempos que corren, así que ahí va.
Temporada 1: encuentra tu vocación… y no dejes que te mate
Carmy vuelve a su ciudad de origen a encargarse del negocio familiar. Para eso abandona una meteórica carrera en la cocina gourmet, con logros descomunales para su edad y para las terribles condiciones de partida con las que contaba.
Este inicio es el clásico tópico de la vuelta a casa. Solo que casa no es «casa». The Beef no es un hogar, sino un infierno. La familia está rota, salvo por un “primo” que ni siquiera lo es en sentido estricto. Michael ya no está y con Sugar no consigue tener una relación siquiera telefónica, porque se empeña en negarle su única estrategia de afrontamiento del duelo, que es la negación obcecada.
«Casa» es una antigua receta de pasta a la que decide darle la espalda, algo que será interpretado como una traición a los orígenes. Un gesto de superioridad por parte del «chef estrella».
Sin embargo, cuando vemos el antiguo trabajo de Carmy no vemos el éxito. Vemos un entorno hostil, deshumanizado y cruel. Vemos cómo «el oso» ya no es un apelativo cariñoso sino una sensación de amenaza constante que no le permite dormir y que se convierte en un peligro en sí misma: la disociación es un recurso de supervivencia muy poco práctico cuando uno trabaja con fuego, literalmente.
“Tienes un minuto en el que miras el fuego y piensas: ‘Si no hago nada, este lugar se quemará y toda mi ansiedad se irá con él’”

Carmy desearía sentarse a ver el mundo arder, pero su sentido de la responsabilidad se lo impide; y no es la primera vez, o eso parece decirnos el “let it rip” como chiste privado entre el hermano “que fluye” y el que no sabría ni por dónde empezar a hacer tal cosa.
Carmy no quiere tener el mejor local de bocadillos de Chicago. Quiere hacer lo de siempre, pero hacerlo mejor; y por mejor no solo se refiere a más sabrosos, sino, sobre todo, a más tranquilos. El juego del sonido es una muestra de ese contraste: del caos al ritmo, del estruendo al silencio.

Carmy necesita silencio, necesita hacer callar al oso; y para ello solo sabe hacer dos cosas: optimizar su trabajo y cerrarse a los demás. Porque el trabajo le aporta una ilusión de control imposible de mantener fuera de este. Porque «Casa» es también un ciclo de pobreza y violencia donde nunca hay tiempo ni medios de hacer las cosas de forma distinta, donde las discusiones se arreglan con tiros al aire y los favores (y los errores) se pagan carísimos.
Y aún así, se dejan correr. Porque la gente es falible. Las expectativas están bajísimas. Y cuando Carmy sube el listón de esas expectativas no lo hace para sí, lo hace para el grupo, pero lo hace desde ese nihilismo realista que hace que cada diálogo de la serie suene a algo que se podría escuchar también en el callejón de debajo de tu casa.

A ese The Beef que necesita muchos cambios para llegar a ser algo más que una sarta de gritos se incorpora Sydney, con un CV excepcional confirmado por sus referencias. «Pero eres ambiciosa e impaciente». Carmy le señala su ambición como un problema. Es fácil atribuirlo a la misoginia, pero sin embargo no tiene problemas con asociarse a ella. Tiene un problema con que ella quiera crecer deprisa. Con que quiera ser la número uno. No lo tiene con que haya fracasado anteriormente.
Ella sí. Es incapaz de perdonarse por no haber tenido éxito siempre, y más allá de la situación material en que la ha dejado su fracaso anterior, destaca la situación emocional, la vuelta a la infancia, la asociación entre abandonar el nido familiar y que eso venga dado por triunfar en un proyecto propio. A Sydney le agobia vivir con su padre pero no lo suficiente como para mantener un trabajo en otro sitio; su «intraemprendedurismo» la mantiene atada a la precariedad.
Su empeño por seguir la norma turbocapitalista de más rápido, más grande, mejor, en más cantidad le cuesta la única paz que ha conseguido. La escena en la que los pedidos a domicilio entran sin parar nos devuelve a la atmósfera caótica del principio de la temporada después de un cierto oasis de calma cuando han conseguido por fin implementar “el método” frente a todas las resistencias.
Y sobre el impacto de ese cambio va a girar la denostada temporada 2.
Temporada 2: encuentra tu gente… porque tu trabajo no te salvará
El “plot twist” con el que cierra la primera temporada se ha leído como un “milagro” que les permite seguir adelante con sus sueños, como un truco narrativo tramposo a la altura de “y en realidad todo era un sueño”.
Partamos de la base de que yo lo leo justo al contrario: por más que te esfuerces, por mucho talento que tengas, al final tu sueño depende de tus condiciones materiales; y en ciertos contextos dichas condiciones solo se alteran gracias a “un milagro” (¿vuestras conversaciones no orbitan en torno a lo diferente que sería todo si os tocase la lotería?) y, con frecuencia, a hacer trampas.

Carmy quería “hacer las cosas bien” hasta que Richie le pone contra la pared: le guste o no, lo que ha mantenido vivo al local durante la pandemia no ha sido “hacer las cosas bien”, sino apostar por la supervivencia. Esa apuesta por la economía de los márgenes que no es sino la única salida en situaciones de emergencia. Puedes trapichear o puedes estafar al seguro: lo que no va a pasar es que te hagas rico trabajando.
Lo que tampoco va a pasar es que esas opciones estén exentas de coste. Se ha hablado mucho de “romantización”: yo no veo romantización alguna en que la persona que te ayuda a encontrar una salida no solo lo haga contra tus principios sino que además en el proceso termine acabando con su vida; o en que el “milagro económico” que te ofrece una segunda oportunidad venga de una relación parafamiliar llena de chantajes y sea un auténtico regalo envenenado.
Y sobre relaciones parafamiliares orbita, para mí, esta segunda temporada.
Se ha criticado bastante al personaje de Claire (¿qué hace una manic-pixie-dream-girl como tú en una serie como esta?), pero es que vamos conociendo a los personajes a través de esas tramas secundarias en las que no están en el trabajo y todo lo que sabemos de Carmy es que cuando no está en el trabajo lo que hay es un vacío gigantesco. La trama de Claire tiene algo de tramposa, sin duda, es un acelerante, pero lo que hay de Carmy fuera de The Beef (ahora ya The Bear) está enterrado tan profundamente que necesitábamos equipamiento industrial para que apareciera (algo que se entiende muchísimo mejor después del famoso capítulo 6).
A Claire se la encuentra “mágicamente”, pero no: a Claire se la encuentra porque incluso si puedes sacar el barrio de la chica quizá no puedas sacar a la chica del barrio, lo cual me parece que lanza un mensaje. Y tampoco me parece casualidad que el arco de Claire y Carmy parta y termine alrededor de sendas neveras (aunque sí una metáfora bastante desafortunada).

Hemos visto a Carmy explicar cómo la única forma de tolerar su vida ha sido congelarse emocionalmente. La única forma de que Carmy se descongelase era que alguien le viera como es. Y el Carmy que no es chef es el que diseñaba pantalones sin saber que ya existían. Con Claire, Carmy vuelve a dibujar. No podía ser una chica cualquiera, tenía que ser una persona que viera a través de su coraza; y cuando le recuerda dibujando aquellos pantalones le demuestra que, contra todo lo que ha venido creyendo, sí que había alguien que veía en él su ilusión, y no sus logros. Claire se enamora de él en su “fracaso creador”, lo que se parece bastante a lo que Carmy intenta hacer con la gente a su alrededor.
Y de aquí llego al criticadísimo cambio de Richie. Richie no se desarrolla como personaje porque haya aprendido la importancia de la atención al detalle y la humildad a fuerza de pulir tenedores. Richie se desarrolla como personaje cuando alguien le mira y no ve en él al fracasado que siente que es, sino el talento que sí tiene; y el talento de Richie no es que sea un genio creativo o que tenga un don para cuadrar las cuentas. El talento de Richie es el cuidado.
Richie ha sido un imbécil profesional toda la serie, salvo cuando se trata de su hija. Richie puede ser un estereotipo de masculinidad tóxica (no escucha, interrumpe, estalla sin venir a cuento, no se implica, se burla constantemente del marido de Sugar por su «excesiva» implicación en la familia) pero también es perfectamente capaz de felicitar a su ex mujer con calidez por su nueva vida mientras llora. Richie no solo ha conseguido entradas para Taylor Swift: Richie llora cantando Love Story. “You’ll never have to be alone”.

Richie no se enamora del lujo ni del trabajo bien hecho: Richie se reconcilia consigo mismo cuando descubre que el cuidado es importante y que él es capaz de prestarlo (“Carmy tenía razón, se te da bien la gente”). Se enamora de la sensación de sorprender a alguien con algo que desea profundamente, se enamora de la escucha atenta, se enamora de la forma en que se ve a través de los ojos de los demás cuando por primera vez se siente digno de confianza.
Richie se aprecia a sí mismo por primera vez, y entonces es capaz de hacer las cosas mejor: la autoestima llega antes que los logros, y no al revés. Es el mismo proceso que hemos visto, con mucho menos detalle, en Tina. Y no es infalible: no funciona con Ebraheim, por ejemplo. Ni imprescindible: Matty parece tener un concepto de sí mismo bastante saludable a pesar del desprecio con que se acogen sus iniciativas (probablemente tampoco es casual que sea uno de los personajes con mayor red social de todos).
Que Richie ponga toda esta nueva autoconfianza al servicio de su trabajo puede ser cuestionable. Lo hemos visto ya antes, en Marcus: cómo su empeño en dar con el donut perfecto transforma su actitud y se convierte en una obsesión al extremo de quedarse a dormir en el restaurante. Sin embargo, y es probable que sea deformación profesional, yo veo esa entrega como un síntoma, más que como el problema en sí: igual que Carmy encuentra en su formación una vía para escapar de una familia para la que el adjetivo “disfuncional” es generoso, Marcus está lidiando con el duelo anticipado por su madre. Desde este ángulo, yo no veo que Carmy envíe a su repostero jefe a aprender técnicas de última generación: veo que le ofrece la posibilidad de tener un poco de paz, que es como él describe su propia experiencia en Copenhague.

Hay algo bastante hermoso también en el proceso de formación de Marcus, y es cómo Luca le dice que lo que realmente le hizo ser bueno fue dejar de querer ser el primero. No lo dice como un “Carmy es insuperable” (de hecho ni siquiera le nombra), sino cómo en la sombra uno también puede encontrar su sitio.
Y esto para mí anticipa claramente el final de la temporada. El caos del último capítulo permite que los personajes se demuestren a sí mismos muchas cosas, que den un paso adelante, que superen retos. Pero lo hacen sobre todo gracias a que el liderazgo carismático (la sombra del “Michael” que sigue vivo en los postres, la presencia de Carmy) queda anulado y no queda otra que redistribuir entre el conjunto del equipo. Y funciona. Porque nadie es imprescindible y porque un proyecto sale a flote perfectamente si cada cual hace su parte: ni más ni menos.
Pero para que eso pase, es necesario haber llegado a ese punto. En el que se conocen lo suficiente como para verse tal cual son, con sus fortalezas y sus debilidades. En el que han aprendido a gestionar conflictos, en el que en medio de la vorágine pierden la perspectiva del impacto de sus acciones en los otros pero se obligan a sentarse y reparar.
Cuando Carmy le enseña a Sydney el código para pedirse una pausa se está comprometiendo también a ser capaz de sentarse con ella y reconocer lo que ha hecho mal cuando el servicio ha terminado. Porque van a seguir cometiendo errores. Shit happens.
Y les quedan muchos errores por reparar y tienen mucho trabajo por hacer, pero se tienen los unos a los otros. Y ese “Cada segundo cuenta” sobre las notificaciones del móvil de Marcus nos devuelve ahí. Cada segundo cuenta. Los que pasas fuera del trabajo, también (y especialmente).