Generación Ni-Ni

«El placer de la televisión o de una residencia secundaria es vivido como una libertad «verdadera»; nadie lo vive como una alienación. Solamente el intelectual puede afirmarlo desde el fondo de su idealismo moralizador, pero esto, como máximo, lo designa a él como moralista alienado.»
J. Baudrillard, La sociedad de consumo: sus mitos, sus estructuras.

Hace tiempo que me fascina el concepto de reality show que tiene laSexta. En primer lugar, tuvimos El aprendiz, que se definía como la entrevista de trabajo más dura del mundo. Un concepto nuevo de reality, sin duda, dado que por una vez, el premio no consiste en dinero. Consiste en un puesto de trabajo. Ya me parece representativo que se considere que merece la pena renunciar a la privacidad y a la propia imagen, y encerrarse durante tres meses, para conseguir un empleo (por más sueldo de seis cifras que lo acompañe, y por más que sea junto a alguien a quien admiro tanto como a Luis Bassat).

Ahora nos traen Generación Ni-Ni, que es un reality sin premio, o algo muy similar. El premio, parece, es conseguir una actitud medianamente acorde con la que la sociedad espera, algo así como un centro de internamiento para menores pero versión alto standing. Con sus muebles de diseño, y su atención psicológica 24 horas. Un lujo.

La definición que la cadena hace del programa es la siguiente:

Aquella frase manida que se utilizaba para ligar de “¿estudias o trabajas?”, ha caído en desuso para muchos de los jóvenes de las sociedades industrializadas, porque muchos de ellos “ni” estudian, “ni” trabajan; es más, no tienen ninguna intención de hacerlo, por lo menos de momento; son lo que los sociólogos ya están empezando a denominar, “La Generación ni- ni».

¿Y cómo son estos individuos? Pues eso, más “individuo” que nunca, más “ente individualizado”, inmerso en su propio mundo, en su propia circunstancia, la que él mismo se fabrica. Es por ello que, muchos de ellos, al no haber aprehendido algunos conceptos y valores dentro de su propio núcleo familiar, y tampoco dentro de un sistema educativo que ya han abandonado y que no encuentra forma de resolver situaciones que escapan de sus competencias, quizás necesitan salir durante un tiempo de él.

Por ello las propuesta del programa “Generación ni-ni” es que pasen alrededor de dos meses en una casa especialmente diseñada para un grupo de estos jóvenes (en torno a ocho), viviendo un proceso de acompañamiento y monitorización terapéutica con un equipo de educadores en la que valores, principios básicos, herramientas y habilidades sociales, puedan arraigar en ellos y descubrir posibilidades de establecer proyectos que les ilusionen y les motiven en su vida futura. Todo ello desde la máxima sencillez, sin más pretensión que la de trabajar con ellos y dedicarles el tiempo necesario para que otras familias puedan aprender dinámicas y mecánicas educativas y de interrelación con sus propios hijos que, seguramente compartan, en alguna medida, rasgos y situaciones que van a verse en el desarrollo de las emisiones del espacio.

El programa se presenta así como el relevo del sistema educativo y de la socialización en familia, nada menos. Pongamos que les aceptamos la argumentación. En caso de que sea un paliativo para un problema endémico del sistema, ¿por qué se hace desde una cadena privada en lugar de desde una cadena pública (tanto este programa como Supernanny, que se emitía en Cuatro)?

En cualquier caso, y para la tranquilidad de la televisión pública, tampoco da la sensación de que esté funcionando espectacularmente bien. El planteamiento es disciplinario (no paran de hablar de poner normas, de exigir respeto), pero en la práctica, los psicólogos se ven desbordados por las circunstancias en todos los programas. Un amigo y yo teníamos la costumbre de comentarlo en los descansos, y la pregunta más repetida era: «¿Qué más necesitan para echarles?». La preponderancia del diálogo como forma de solventar los problemas en el discurso educativo actual, la falta de vigencia de la disciplina, no ayuda a resolver los conflictos que se dan en la casa todos los días. Porque aunque se nos olvide, a veces, aunque parezca que no se debe decir, es necesario recordar que para que exista diálogo debe haber voluntad de dialogar por las dos partes; lo cual implica una cierta formación previa (al menos, en capacidad dialógica) de la que estos chicos parecen carecer por completo.

Mientras los psicólogos pasean su condescencia y su superioridad moral por la casa y ante las cámaras, la realidad se enfrenta a ellos y, casi siempre, gana. Los chicos siguen hablando como lo hacían cuando entraron, con la misma cantidad de insultos y salidas de tono. Siguen disfrutando de sus quince minutos de fama haciendo gestos absurdos a las cámaras como provocación, y por más que les sugieren a los padres que «no caigan ante sus provocaciones», ellos son los primeros que se encuentran con dificultades para tener sus reuniones semanales y que estas sean mínimamente prácticas.

Parten del supuesto del buen salvaje. Todos los chicos son buenos, simplemente están perdidos. No tienen referentes. Sus padres no saben qué hacer. Y resulta que es un planteamiento que no está funcionando. Han encerrado a un grupo de personas muy problemáticas, con personalidades violentas, con trastornos de cleptomanía y adicción, a las que no aportan una terapia suplementaria (al menos no la vemos), y que esperan que por arte de magia, en dos meses progresen.

Y luego están los objetivos que se han marcado. Gente que ni estudia ni trabaja, dice. Lamentablemente parecen olvidarse del estado del mercado laboral en estos momentos. De acuerdo en que son personas que por decisión propia no lo hacen («ni estudian, ni trabajan, ni tienen intención de hacerlo«), pero, ¿qué es lo que pretenden ofrecerles? ¿Qué clase de expectativas quieren que desarrollen? De momento, les mandan a trabajar a una pocería y a una granja de avestruces. A saber en qué condiciones, claro (¿quién paga sus sueldos? ¿La empresa, o el programa? ¿Están dados de alta en la Seguridad Social? ¿Y laSexta, qué tipo de contratos hace, qué porcentaje de becarios tiene en plantilla?).

Finalmente, el formato no ayuda. O es un programa educativo, o es un reality. El problema que implica combinar ambas cosas es que al final, su sistema de «acompañamiento y monitorización terapéutica» se basa, en muchos casos, en la provocación. Que los chicos son homófobos: pues les traemos a una transexual a que les corte el pelo. Que les vamos a dar unas clases particulares: pues contratamos a una profesora físicamente espectacular, para luego darles una reprimenda cuando hablen de su físico. Los propios psicólogos son una provocación. Lamento ser tan políticamente incorrecta, pero que no encuentren otro equipo que una sexóloga atractiva y un psicólogo negro parece intencionado. Aunque no emitan los comentarios relativos a él (de frases sobre ella pudimos cansarnos en los primeros programas), es obvio que las hay. No son precisamente un grupo poco prejuicioso. También resulta sorprendente que se emitan los comentarios machistas y no los racistas. ¿El género está de moda? ¿Es más adecuado reconocer que existe machismo en todos los niveles de la sociedad? ¿Creemos realmente que el racismo o la xenofobia son problemas superados?

El tema educativo vende menos. En la portada de la web del programa, a día de hoy, nos llaman a participar sobre un tema tan «educativo» como «¿Hay lío o no hay lío?», justo después de que cambien el programa de los lunes en prime-time a las doce de la noche del viernes. Una hora estupenda para que todos los chicos que ni estudian, ni trabajan, que no paran de salir y gastarse el dinero que sus padres les dan o que les quitan en drogas recreativas puedan aprender a cambiar su conducta, claro que sí.

Y es que al final, la televisión es televisión, por mejores intenciones que tengamos.

[Nota: esto no es más que una reflexión asistemática sobre un programa que, de hecho, ya no sigo. Afortunadamente, un grupo de compañeros van a trabajarlo bastante mejor de lo que yo puedo hacer en un ratito, y tengo ganas de leer sus conclusiones…]

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