Vivimos en una nueva era. Se acabaron los problemas de alfabetización: tenemos que irnos a uno de esos países donde no dejan que las mujeres vayan al colegio para encontrar tasas inferiores al 90% (y a quién le importan esos países, ¿verdad?). Es más: ahora lo que nos preocupa es la brecha digital: nos venimos arriba, consideramos que el acceso a Internet es un derecho, nada menos, y empezamos a hablar de «ciudadanía digital», de «ciberdemocracia», ¡y allá vamos! Hacia un hermoso mundo utópico que es como el gemelo bueno de Minority Report: donde todas las personas tienen acceso a toda la información y eso nos hace a todos iguales.
Y, a ver, que me da la risa. No voy a entrar en el hecho de que sigue habiendo cerca de un 80% de personas analfabetas en algunos países de África y Asia, o en que incluso en España sólo algo más de la mitad de los hogares tienen acceso a una conexión de banda ancha. Voy a cerrar los ojos muy fuerte y a imaginar que es cierto: que todas las personas sabemos leer, escribir y conectarnos a Internet. ¿Qué pasa entonces?

Veo a mi alrededor un enorme e injustificado optimismo con respecto a las competencias que se supone que las nuevas generaciones van a traer de serie. ¡Son nativos digitales!, decimos. ¡Mi hijo con dos años sabe encontrar sus vídeos favoritos en YouTube!, presumimos. Preocupados por el futuro de nuestra prole, ya no nos vale con que sean usuarios: ahora inscribimos a los niños en talleres para que sean programadores. A ver, uno de mis libros favoritos cuando era pequeña era BASIC para niños, no me entendáis mal: me parece precioso que los niños aprendan a programar y creo que es algo no sólo importante en la nueva economía sino divertido y enriquecedor. Pero, entre otras cosas, porque aprender a programar implica aprender a pensar con lógica, a comunicar esa lógica, y a desarrollar resistencia a la frustración a través de sucesivos momentos de ensayo y error. Habilidades, todas ellas, que tienen aplicación mucho más allá de la tecnología. Y eso es lo que creo que nos falla cada vez más.
Como profesora y como alumna, veo cada vez más estudiantes que tienen una penosa comprensión lectora. Y esto no tiene que ver con el nivel de estudios: tengo alumnos con el graduado escolar que no tienen ningún problema para seguir un enunciado, y compañeros en una clase de segundo de grado de Psicología a los que el profesor recuerda con regularidad que pueden consultar el diccionario antes que al equipo docente. ¡Un diccionario! ¿Imaginan? Hace poco en casa de mis padres, sugería a mi madre que se deshiciera de las enciclopedias que tiene en casa; me contestó «yo las uso», y me dejó patidifusa. Porque de pronto me lo planteé, ¿por qué no usar esa enciclopedia? ¿Algo la hace peor que Wikipedia?
Me di cuenta de que para mí lo que hace inaudito recurrir hoy a una enciclopedia o un diccionario es que obliga a ser textual. Y al mismo tiempo creo que esto es precisamente lo que impide que mis compañeros de clase sigan adelante en sus lecturas cuando no entienden una palabra. Sí, sabemos conectarnos a cualquier página, pero no sabemos entender qué es lo que dice en ella. Tenemos acceso a cualquier información del mundo, pero no tenemos ni idea de cómo buscarla.
Me pasa continuamente: no paran de consultarme sobre todo tipo de cuestiones. Sobre muchas de ellas no tengo la menor idea, pero soy una persona curiosa, así que, ¿sabéis que hago? ¡Busco en Google! ¡Que estoy muy loca!
Voy a empezar a dejar de responder preguntas que podáis encontrar en Google. Por nuestro bien.
— Vega Pérez-Chirinos (@vegapchirinos) marzo 15, 2015
Me doy cuenta de que la mayoría de la gente no tiene suficiente flexibilidad para encontrar nada en Internet porque no sabe plantear una pregunta. Espera meter las palabras clave que a ellos les parece y encontrar mágicamente exactamente lo que buscan. No son capaces:
- De plantear búsquedas alternativas
- De plantear búsquedas exactas
- De elaborar información a través de datos más generales que los que buscan
- De contrastar la información que han encontrado
- De entender la información que encuentran
¿Queréis que vuestros hijos sean competentes en un mundo digital? Fomentad su curiosidad. Enseñadles a hablar y a escribir, a expresarse correctamente. Animadles a tener su propio criterio y no creer ciegamente en cuanto les dicen. Dejadles que exploren, que mezclen, que prueben, que se equivoquen. Eso son competencias digitales, también, y no sólo los lenguajes de programación.
[Photo credit imagen cabecera: MarkGraf via Morguefile]