Leer es de viejos

Finlandia, uno de los referentes educativos en todo el mundo, va a dejar de enseñar a sus escolares a escribir a mano. Bueno, no. Ha sido todo un terrible malentendido, parece ser: sólo va a desaparecer del currículo la escritura caligráfica. No obstante, el rumor ha sido suficiente para que en nuestro país, en el que hacemos y deshacemos el plan de estudios en base a la agenda política del partido de turno, nos llevemos las manos a la cabeza. «Los niños ya no van a saber escribir a mano«, «les enganchamos a la tecnología de pequeños«, bla, bla, dislexia, bla, bla, memoria, bla, bla, bla, total, un drama.

En paralelo a la polémica, se encontraba «el primer garabato de la humanidad«, el tatarabuelo (lejano) de nuestro QWERTY. La escritura ha ido evolucionando con nuestras necesidades. Porque no podemos explicar cosas muy complejas sólo con el canto de un cáñamo sobre el adobe, porque no podemos aspirar a que toda la población escriba si requiere tanto cuidado como la escritura jeroglífica, y así. Ahora escribimos a máquina (llamemos máquina a los smartphones, que, no os lo vais a creer, pero no son un órgano vital), pero, al fin y al cabo, escribimos más que nunca. Mejor o peor, eso depende un poco de cada uno. Como cuando escribimos a mano, en fin. A mí, francamente, no me parece un drama.

¿Saben lo que sí es un drama? Que ya no sabemos leer. Y esto, lo siento, sí me parece que se ha generalizado. Sé de sobra que leer nunca ha sido muy cool (pero mira, mamá, ahora los demás niños quieren leer tan deprisa como yo), pero se nos ha ido de las manos. Una cosa es necesitar desarrollar habilidades de lectura rápida y otra las cosas que me encuentro cada día.

Objetivo: leer a la velocidad y con la capacidad de comprensión de @vegapchirinos. ¡Todo un reto! 😀 #nivelazo pic.twitter.com/eGwlU4NvQt

— Israel Rey (@israelvitae) octubre 13, 2014


Para conseguir la máxima interacción en medios sociales tenemos que movernos entre los 40 y los 60 caracteres. No debemos producir vídeos de más de un minuto; como máximo, dos. Los textos de más de un párrafo tienen que llevar palabras clave resaltadas en negrita, para guiar la atención del lector hasta el final. Sólo podemos aspirar a retener su atención durante siete minutos. Si algo repetimos en mi sector es «la gente no lee». Recorta ese texto. Ponlo más fácil. «Deja tu comentario aquí» «¿Dónde es aquí?» «¿Qué quiere decir comentario?» «¿Pulso ‘Comentar’ entonces?» Trae a un experto en usabilidad, no sea que alguien tenga que leer qué es lo que pone en el botón. Sabes que tu web funciona si puedes navegar por ella en ruso. Ajá.

Una se pone a hablar de gamificar las aulas para mejorar la retención y la atención; o repasa por vigésima vez las instrucciones de un concurso para que estén meridianamente claras y de pronto se para a pensarlo y quizá haya que trabajar un poco antes. Quizá no se trate de engatusar y seducir a los alumnos, de facilitarle el trabajo a los lectores. Quizá de lo que se trata es de recordar que antes leer era una actividad relajante. Dejar esta bibliofagia y volver a la bibliofilia. Dejar de coleccionar títulos y volver a aprender. Dejar de publicar cada frase que se nos viene a la cabeza y empezar a cuidar lo que escribimos. No en la forma, sino en el fondo. Volver a dedicar la atención durante más de siete minutos a la misma actividad. Quizá, quién sabe, descubramos que tenemos súperpoderes. Como esa leyenda que cuentan los viejos sobre una tal Concentración.

[Photo credit imagen cabecera: Harry Thomas Photography via Compfight cc]

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